“Desde chica me gustó trabajar y no le di tanta importancia al estudio”

 “Desde chica me gustó trabajar y no le di tanta importancia al estudio”

Como su padre, Ramón, es dueño de una gomería, desde pequeña, Alejandra Protzer, se movió en un ambiente laboral en el que se destacan los hombres. Ahora es chofer de un camión recolector de residuos de la Municipalidad de Posadas. “Me gusta porque ese era mi mundo desde siempre».

Cuando Alejandra Elizabeth Protzer (40) y otras dos compañeras llegaron al predio de Servicios Públicos de la Municipalidad de Posadas –Base El Zaimán- para integrarse al grupo de trabajo y cumplir allí funciones para las que fueron asignadas, no se sintieron del todo bienvenidas en un mundo que hasta el momento se destacaba por la fuerza y la destreza masculina. Pero el tiempo fue pasando y acomodando las cosas. Ahora ese recuerdo hasta provoca risa, y para demostrar que en ese sector todos son iguales, “nuestros compañeros nos dicen que, para ellos, nosotras tenemos bigotes”.

Hace más de diez años que Protzer desempeña tareas en la Municipalidad de Posadas. Durante mucho tiempo fue parte del equipo de la Casa del Bicentenario de Itaembé Miní, hasta que pidió el pase al Tribunal de Faltas (Juzgado N° 3). “Me encantaba ese trabajo y en ese lugar aprendí mucho, hasta que me ofrecieron ser parte del ingreso del primer grupo de choferes femeninas del servicio público. Me preguntaron si me interesaba probar, y no desaproveché la oportunidad porque toda la vida estuve rodeada del trabajo masculino, ya que mi papá tuvo gomería a lo largo de toda la vida. Era normal para mí permanecer en el ambiente de taller. Fui a probar, nos tomaron un examen, nos hicieron una entrevista y nos dieron el camión. Nunca había subido a uno. Siempre manejé, pero solo hasta la camioneta llegaba”, manifestó la madre de Agustín y Tomás.

Añadió: “Nos fuimos hasta el playón de la Dirección Provincial de Vialidad (DPV) y nos dijeron que teníamos que manejar en ese sector. Nos explicaron el funcionamiento; pensé que muy complicado no podría ser; no podría haber mucha diferencia entre el auto y la camioneta. Cuando me subo y lo muevo, sentí que era como algo normal, sentí como que esto es parte de mi vida, me sentí re bien”. Tras la prueba de manejo, les dijeron que les iban a avisar sobre los pasos a seguir. Pasaron varios meses y no hubo novedades, al punto que pensó que ya no se quedaría con ese empleo.

“Como éramos varias las que fuimos, habían hecho un grupo de WhatsApp con todas las chicas. Un día llegó un mensaje y había cuatro nombres, entre ellos, el mío. Éramos las cuatro que habíamos sido seleccionadas y que nos teníamos que presentar en la base El Zaimán. Había muchos nervios y, cuando nos presentamos, los chicos no querían saber nada de mujeres en ese lugar. No nos dejaron subir a los camiones y nos quedamos un rato hasta que llamamos a Mirta Rolón, que fue quien armó el grupo de mujeres. Nos dijo que intercedería y que fuéramos al otro día. Volvimos. Nos dejaron quedarnos en el predio, pero no podíamos conducir. Después, nos sugirieron que saliéramos con los choferes para ir familiarizándonos con la ruta, para ver si nos gustaba, si íbamos a aguantar. Era salir con ellos todos los días. Solamente dos choferes nos permitieron agarrar el volante: Javier Urbina, que le facilitó el móvil a Yohana, y Roberto Salguero, a mí”, narró la trabajadora, nacida en Capital Federal, pero radicada en Posadas desde los cuatro años.

Se inició el tiempo de pandemia y las chicas no podían tramitar la licencia de conducir, a pesar de haber iniciado el trámite. “No se podía concluir. La única que tenía licencia era yo, pero no me dejaban. Nos fueron aceptando de a poquito, se fueron acostumbrando a vernos. Llevábamos tereré, charlábamos y, cuando nos dimos cuenta, estábamos haciendo lo mismo que ellos. Ahora nos dicen que tenemos bigotes”, agregó entre risas. Hace tres años que Protzer está manejando un camión recolector. Si bien no tiene una ruta establecida porque es “chofer suplente”, aclaró: “Normalmente estoy en Villa Cabello, Villa Sarita u operativos en el puente internacional o el hospital central. Ingreso a partir de las 21 y no tenemos horario de salida. Por lo general, para las 2 estamos concluyendo, a diferencia de los días festivos de Fin de Año, cuando se acumula mucha basura y hay que hacer dos viajes porque el camión se completa. Es necesario ir hasta AESA, descargar y volver a salir”.

“Con los compañeros que van arriba hay que tener cuidado, en los badenes y lomos de burro, pero están acostumbrados. Por lo general, las mujeres al volante somos más lentas. Por ahí desde atrás escuchás, ‘dále, pisále, apuráte’. Recién pasado un año me habrán dicho, ‘Ale, ahora ya manejás bien’. No es que manejaba mal, sino que era muy lenta. Si con su chofer terminaban a las 23, conmigo finalizaban a la 1. Era mucha la diferencia de tiempo, pero porque somos más cuidadosas”, explicó quien trabaja con una cuadrilla de hombres, y los prefiere. “Están al pie, se quedan conmigo cuando hay algún desperfecto, o me acompañan a descargar”, añadió.

Cuando terminó el secundario comenzó a repartir volantes para un comercio ubicado en la terminal de ómnibus. A la semana, a la propietaria le gustó su actitud responsable y le sugirió que probara de moza. Los empleados le enseñaron, hizo cursos y después de un mes de trabajo, “me designó encargada. Me gustaba trabajar. Lo hice de chica, por eso no le daba importancia al estudio. Y de grande, cuando vinieron los chicos, las cosas se complicaron”, contó.

“A las rutas las conocemos de memoria. El chofer arma su ruta y yo me adapto a ella. Hay zonas en las que hay que levantar tachos, entonces dos chicos quedan sobre la unidad y los dos restantes, salen a juntar, para achicar la basura”, agregó quien por la mañana trabaja en la gomería de su papá, sobre avenida Alicia Moreau de Justo (ex 213) y Montecarlo.

Relató que hace 14 años, Ramón padecía problemas de salud, pero no iba a quedarse en la cama. “Iba a verlo al negocio y un día al llegar, estaba arreglando una cubierta de tractor, tarea para la que no tenía suficiente fuerza. No podía, no podía. Me había puesto un vestidito y pregunté a mamá si tenía un short. Me paré arriba de la cubierta porque, si bien nunca lo había hecho y no había necesidad de que me meta, sabía cómo se hacía el trabajo. Después de esa experiencia iba a diario. Papá me decía: ‘eso no es para vos, te vas a lastimar’. Le contestaba: ‘vos también podés lastimarte’. Y así empezamos juntos. Llegó un momento en que para mí era algo normal. Si alguien pincha, saco el gato, la llave, la cubierta. Además, ahora se ocupa mucha máquina, como la desarmadora, y no se tiene que hacer la fuerza que se hacía hace veinte años atrás”.

Después “me gustó porque ese era mi mundo. Cuando éramos chicos, mi mamá tenía un almacén y papá, un pool. Con mi hermana Mónica nos criamos trabajando desde chiquitas. Teníamos ocho o nueve años y atendíamos el negocio como si fuéramos personas grandes. Mi hermano también es gomero, y mi hermana es abogada. Yo en la gomería hago lo que venga. Al principio era todo muy llamativo; muchos venían a ver si era cierto, no lo creían”, dijo quien ya se hizo “famosa” en los dos ámbitos.

Fuente: Primera Edición

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